Un día en el Algarve
Será porque se encuentra al sur, frente a África, que la región del Algarve, continúa con su clima templado aún en invierno. Cuando abordé el avión en Lisboa, el tiempo estaba fresco y gris (unos 12 ° C). No obstante, cuando descendí en el Aeropuerto de Faro, el día estaba despejado y tibio: (19°C).
El Aeropuerto, uno de los más modernos y sofisticados de Europa, está proyectado para recibir a 3.000.000 de pasajeros por año. Los portugueses invirtieron en su construcción alrededor de 25 millones de dólares y disponen de una terminal dotada de equipos de informaciones, señalización, control de seguridad, detector de incendios, comunicaciones, informaciones, banco, atención médica, área de embarque, comercios, free-shop y restaurantes. Tal como uno puede imaginar, una pequeña ciudad lo recibe cuando pone los pies en tierra.
Dado que no disponía de mucho tiempo, retiré el automóvil reservado telefónicamente y me dirigí hacia Faro, por la Estrada 125.
Desde mediados del siglo XVIII, Faro se convirtió en la Capital de Algarve. Aunque tiene una larga historia --obispado en el siglo IV y la certeza de haber estado habitada hace 2000 años- casi todos sus edificios fueron destruidos por el terremoto de l755. Por eso, la mayoría de sus edificios, son relativamente modernos.
El barrio viejo de la ciudad está todavía rodeado por parte de los antiguos muros defensivos. La Iglesia Parroquial, de estilo gótico, tiene su origen en el siglo XII. El interior guarda azulejos del siglo XVII, tallas en madera y un púlpito poco usual, en hierro forjado. Para destacar son los altares laterales de S. Miguel y S. Brás.
Este último tiene una bella escultura de madera del santo, cuyo origen se remonta a principios del siglo XVI. Allí también se encuentran las ruinas del Monasterio de Graça, en estilo gótico de los siglos XIII y XIV.
Luego de una caminata , observando calles y edificios, muchos de ellos intactos al paso de los años, decidí sentarme en la zona del Jardín, junto al puerto, a tomar un café. Elegí el café Aliança. Junto con el café opté por saborear un brandy local.
Dediqué una hora más a comprar algunos productos típicos en la Rua Sto. Antonio - la Calle Mayor – y entre ese recorrido observando vidrieras y más vidrieras miré complacido los dibujos que formaba el pavimento brillantemente coloreado.
Exhausto y con bastante apetito, me alejé de la Calle Mayor y entré al Restaurante “Lady Susan”. Confieso que fui por recomendación de un amigo venezolano, diseñador de modas y hombre de mundo, que se había enterado de mi viaje relámpago al Algarve.
Su amigo el chef Robert, uno de los mejores especialistas en mariscos y pescados, me sugirió una excelente langosta, que acompañé con un vino blanco muy especial, de 20 años. El restaurante, que había sido remodelado, presentaba una cálida y amigable atmósfera, y sobre todo no era caro.
Por la tarde y luego del consabido café, decidí visitar las playas. Tomé la ruta en dirección a Albufeira, a unos 40 km. de Faro. Aunque la plaza principal está rodeada de tiendas de souvenirs, la atmósfera de la ciudad es esencialmente morisca, con cientos de casas blancas diseminadas por el centro y esparciéndose hacia las colinas cercanas.
Hay muchos cafés, restaurantes, bares y discotecas. La ciudad está justo en la orilla del mar y a la playa principal se llega a través de un túnel que está unido con la más importante calle comercial.
La playa es tranquila, pero me aseguran que está superpoblada en el verano. Además de las calles estrechas pintadas de blanco, con sus arcos moros, hay paseos a lo largo de los acantilados de donde se pueden realizar excelentes fotografías, además de admirar el paisaje.
Un solo día fue muy poco para brindarle a esta región. Al atardecer, antes de emprender el regreso a Lisboa, decidí pensar en el Algarve para unas futuras vacaciones. Bien vale la pena pensar en disfrutar de la luz clara de las mañanas, descansar en la paz de arenosas ensenadas, observar los altos peñascos y el litoral y hasta porque no, refugiarse en las colinas para otear el horizonte, entre el dulce olor de pinos y eucaliptos. Esta es la tierra que loa árabes bautizaron con el nombre de: algharbe, que significa, “al oeste”. Aquí, el sol tiene un promedio de 3.000 horas por año.
En fin... ahora desde lo alto, rumbo a Lisboa, vuelo asombrado por la visión de miles de pinceladas de acuarela capturadas por el sol.
Eso es Algarve.
El Aeropuerto, uno de los más modernos y sofisticados de Europa, está proyectado para recibir a 3.000.000 de pasajeros por año. Los portugueses invirtieron en su construcción alrededor de 25 millones de dólares y disponen de una terminal dotada de equipos de informaciones, señalización, control de seguridad, detector de incendios, comunicaciones, informaciones, banco, atención médica, área de embarque, comercios, free-shop y restaurantes. Tal como uno puede imaginar, una pequeña ciudad lo recibe cuando pone los pies en tierra.
Dado que no disponía de mucho tiempo, retiré el automóvil reservado telefónicamente y me dirigí hacia Faro, por la Estrada 125.
Desde mediados del siglo XVIII, Faro se convirtió en la Capital de Algarve. Aunque tiene una larga historia --obispado en el siglo IV y la certeza de haber estado habitada hace 2000 años- casi todos sus edificios fueron destruidos por el terremoto de l755. Por eso, la mayoría de sus edificios, son relativamente modernos.
El barrio viejo de la ciudad está todavía rodeado por parte de los antiguos muros defensivos. La Iglesia Parroquial, de estilo gótico, tiene su origen en el siglo XII. El interior guarda azulejos del siglo XVII, tallas en madera y un púlpito poco usual, en hierro forjado. Para destacar son los altares laterales de S. Miguel y S. Brás.
Este último tiene una bella escultura de madera del santo, cuyo origen se remonta a principios del siglo XVI. Allí también se encuentran las ruinas del Monasterio de Graça, en estilo gótico de los siglos XIII y XIV.
Luego de una caminata , observando calles y edificios, muchos de ellos intactos al paso de los años, decidí sentarme en la zona del Jardín, junto al puerto, a tomar un café. Elegí el café Aliança. Junto con el café opté por saborear un brandy local.
Dediqué una hora más a comprar algunos productos típicos en la Rua Sto. Antonio - la Calle Mayor – y entre ese recorrido observando vidrieras y más vidrieras miré complacido los dibujos que formaba el pavimento brillantemente coloreado.
Exhausto y con bastante apetito, me alejé de la Calle Mayor y entré al Restaurante “Lady Susan”. Confieso que fui por recomendación de un amigo venezolano, diseñador de modas y hombre de mundo, que se había enterado de mi viaje relámpago al Algarve.
Su amigo el chef Robert, uno de los mejores especialistas en mariscos y pescados, me sugirió una excelente langosta, que acompañé con un vino blanco muy especial, de 20 años. El restaurante, que había sido remodelado, presentaba una cálida y amigable atmósfera, y sobre todo no era caro.
Por la tarde y luego del consabido café, decidí visitar las playas. Tomé la ruta en dirección a Albufeira, a unos 40 km. de Faro. Aunque la plaza principal está rodeada de tiendas de souvenirs, la atmósfera de la ciudad es esencialmente morisca, con cientos de casas blancas diseminadas por el centro y esparciéndose hacia las colinas cercanas.
Hay muchos cafés, restaurantes, bares y discotecas. La ciudad está justo en la orilla del mar y a la playa principal se llega a través de un túnel que está unido con la más importante calle comercial.
La playa es tranquila, pero me aseguran que está superpoblada en el verano. Además de las calles estrechas pintadas de blanco, con sus arcos moros, hay paseos a lo largo de los acantilados de donde se pueden realizar excelentes fotografías, además de admirar el paisaje.
Un solo día fue muy poco para brindarle a esta región. Al atardecer, antes de emprender el regreso a Lisboa, decidí pensar en el Algarve para unas futuras vacaciones. Bien vale la pena pensar en disfrutar de la luz clara de las mañanas, descansar en la paz de arenosas ensenadas, observar los altos peñascos y el litoral y hasta porque no, refugiarse en las colinas para otear el horizonte, entre el dulce olor de pinos y eucaliptos. Esta es la tierra que loa árabes bautizaron con el nombre de: algharbe, que significa, “al oeste”. Aquí, el sol tiene un promedio de 3.000 horas por año.
En fin... ahora desde lo alto, rumbo a Lisboa, vuelo asombrado por la visión de miles de pinceladas de acuarela capturadas por el sol.
Eso es Algarve.
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